Desde pequeña, el mar fue mi refugio secreto. Las olas recibían susurros de historias que solo el océano sabe contar. Con el tiempo, cada ola se convirtió en un recuerdo. En cada marea alta, el mar me enseñó a ser paciente, a escuchar sus cambios y a leer sus señales.
Aprendí que el mar no solo es azul, sino también verde, gris y plateado. Descubrí que hasta las criaturas más escurridizas juegan entre las rocas y construyen castillos de arena. Cada encuentro fue una lección de sorpresa y humildad.
Hoy, mi conexión con el mar sigue siendo una constante. Cada ola que rompe en la costa, me recuerda que somos parte de un mundo maravilloso que merece ser amado y protegido para las generaciones futuras.